Por la oración de intercesión, tenéis un papel fundamental en la vida de la Iglesia. Rezáis e intercedéis por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos, por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes. Vosotras sois como los que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). Por la oración, día y noche, vosotras acercáis al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que él los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración vosotras curáis las llagas de tantos hermanos.

 

La contemplación de Cristo encuentra su modelo insuperable en la Virgen María. El rostro del Hijo le pertenece por título singular. Madre y Maestra de la perfecta conformación con el Hijo, con su presencia ejemplar y maternal, es de gran apoyo en la cotidiana fidelidad a la oración (cf. Hch 1,14) peculiarmente filial.

Las monjas tengan presente de día y de noche a Cristo el Señor. Toda la vida de las monjas se ordena a conservar concordemente el recuerdo constante de Dios. En la celebración de la Eucaristía y del oficio divino, en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, en la oración privada, en las vigilias y en toda su intercesión, procuren sentir lo mismo que Cristo Jesús.

En la quietud y en el silencio, busquen asiduamente el rostro del Señor y no dejen de interpelar al Dios de nuestra salvación para que todos los hombres se salven. Den gracias a Dios Padre que las llamó de las tinieblas a su luz admirable. Fijen en su corazón a Cristo, que por todos nosotros fue fijado en la Cruz.

 

Toda vocación a la vida consagrada ha nacido de la contemplación, de momentos de intensa comunión de una profunda relación de amistad con Cristo, de la belleza y de la luz que se ha visto resplandecer en su rostro. Allí ha madurado el deseo de estar siempre con el Señor “¡qué hermoso es estar aquí!” (Mt 17, 4) y de seguirlo. Toda vocación debe madurar constantemente en esta intimidad con Cristo.

    «Vuestro primer cuidado, por tanto —recuerda el Beato Juan Pablo II a las personas consagradas—, no puede estar más que en la línea de la contemplación. Toda realidad de vida consagrada nace cada día y se regenera en la incesante contemplación del rostro de Cristo»

 

La comunidad además de la celebración de la Eucaristía y la liturgia de las horas, tiene espacios de tiempo prolongados al inicio de la mañana y por la tarde de oración personal. Si bien durante todo el día se procura un ambiente de silencio y oración, los momentos personales ante Jesús Eucaristía son cuidados y respetados de forma especial.

 

Durante el año realiza en días determinados retiros, en los que no se efectúan trabajos manuales y se suspenden los recreos comunitarios y todo el día se dedica de forma intensa a la oración, a permanecer a los pies del Maestro en la escucha atenta a su Palabra.

Todas las tardes dentro de un espacio de tiempo dedicado al estudio se consagra media hora a la lectio divina, la lectura meditada de la Palabra de Dios.

 

MONJAS DOMINICAS

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(Camino viejo a Dique Jumeal)

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